sábado, 18 de octubre de 2008

Un nuevo corto de Indy!



Dirige Fran Casanova, compañero forero. No os lo podéis perder!



http://www.francasanova.com/

viernes, 10 de octubre de 2008

martes, 7 de octubre de 2008

Paleomonólogos: la preparación

Llegas del campo, creyendo que las calamidades fosilíferas han dejado de ocurrir, y que te sentarás feliz en tu silla, abrirás cada paquete, caramelo, bocadillo o momia, y todo saldrá bien. Te imaginas ya limpiando, consolidando, pegando las partes y reintegrando cada hueso, saboreando el trabajo bien hecho. ¡Pero nada más lejos de la realidad!

Siempre te va a faltar algún material o producto. Podrás creer que tienes pegamento, consolidante, acetona, algodones, cepillos de dientes y percutores, pero seguro que se te ha olvidado algo. Si no es la acetona, será hacer más consolidante, y si no, seguro que el compresor no está encendido. Eso es así. De hecho, el ritual de cada mañana consiste en llegar, ponerte la bata, ponerte los guantes, gafas y mascarilla, y encender el percutor para continuar limpiando esa vértebra preciosa o el curioso hueso largo cuya superficie aun no está visible. Tras unos minutos de sopor, en los que has estado percutiendo la roca cercana al hueso sin cargártelo de puro milagro, empiezas a pensar dos cosas: 1) ¿y si uso un percutor para limpiarme las legañas? Y 2) Este percutor tiene poca fuerza. Entonces valoras tus opciones y decides que el percutor va flojo porque necesita aceite. Y solo después de 10 minutos caes en que el compresor está apagado desde ayer…
OK, enciendes el percutor, te limpias la cara y sigues trabajando, pero entonces te das cuenta que estás tragando y respirando marga o arenisca, por no hablar de los vapores de acetona… ¿porqué será? A lo que te das cuenta que no te has vuelto a poner la mascarilla. Vale, me la pongo, sigo trabajando, emocionado al ver asomar cada vez más superficie de hueso, y de repente… zas! Una piedrecita en el ojo. ¡Burro! ¿Y las gafas de protección? Otro lavado de cara, colirio, gafas y a seguir avanzando. Entonces ves que todo marcha sobre ruedas, te confías, y de repente das con una zona de roca más dura. “Conmigo no puedes” te dices, y subes la fuerza del percutor, arremetiendo contra la roca como un enano contra los goblins que han tomado su mina. Es entonces cuando ves horrorizado, y a cámara lenta, cómo la roca se ríe del percutor y este pasa de largo, haciendo una flamante y preciosa marca en el hueso.

Primero, te acojonas. Así de claro. Así que creyendo redimirte y curarte en salud, consolidas el hueso, con la esperanza de que, de haber una próxima vez, éste se será más fuerte y aguantará como un machote. Y justo en ese momento, pasa alguien a ver cómo te va. En el mejor de los casos, será un compañero, en el peor, tu profesor, jefe, director o tutor. Sea quien sea, no se fijará en el hueso que has destapado, sino que su mirada irá directa a la nueva y flamante marca de percutor. Y entonces pronunciará esas malditas palabras: “¿esa marca ya estaba?”.

Sigues percutiendo y marcando de por vida el pobre hueso, que no para de mirarte como diciendo “¿qué te he hecho yo a ti?”, hasta que terminas. Así es, las rocas no duran para siempre, y ves la luz al final del túnel en forma de pequeño trozo de roca, pegado al hueso, agarrándose a un clavo ardiendo, negándose a que se acabe su reinado de opresión. “Jojojojo, este lo saco de una pieza” te dices a ti mismo, desafiante, y arremetes con el percutor one more time. Y entonces ¡salta! Si, amigos, la roca salta de una pieza, vuela por los aires, girando como una pelota, y al girar, descubres que se ha llevado como propina una capita de hueso. ¡Eso te pasa por ir con prisas!

Apagas el percutor, por fin. Ahora solo queda el trabajo más divertido, juntar las piezas, pegarlas… como disfruta uno, eh? No obstante, hay que tener cosas muy claras, porque si no, el infierno del percutor no habrá sido nada al lado de lo que te espera.

Primero, no intentes pegar sin guantes. Los guantes no tienen afinidad por el superglue, tu piel sí. Y si usas acelerante, te quemarás. Y mucho.Segundo, intentar pegar dos trozos pequeños con tus manazas significa arriesgarse a que un 70% de las veces, los trozos sigan felices y separados, mientras que tus dedos se habrán pegado.Tercero. No pegues hasta el final. Ten limpios todos los fragmentos, ¡o nunca casará la última pieza!

Una vez las piezas estén pegadas, solemos caer en la tentación de consolidar de nuevo. “Vamos a fortalecerlo entero” nos decimos y reímos por nuestros adentros, más o menos así: jojojojojojo. Entonces es cuando ves, con los ojos desorbitados y una mueca de sonrisa nerviosa, como la acetona del consolidante disuelve parte del pegamento, y cada fragmento vuelve con su padre y con su madre…

Tras una nueva visita al lavabo para lavarte la cara (y disimular las lágrimas de rabia) te lo tomas con filosofía, y consolidas cada fragmento, los casas y los pegas. Le arreas la sigla de campo y observas tu obra, contento, satisfecho y feliz. Y de repente reparas en un pequeño objeto cuadrado y plateado que te observa por su único ojo… ¿te has acordado de fotografiar el proceso?